jueves, 10 de marzo de 2011

El otro



Es necesario correr riesgos. Sólo entendemos del todo el milagro de la vida cuando dejamos que suceda lo inesperado.

Todos los días, junto con el sol, nos es entregado un momento en el que es posible cambiar todo lo que nos hace infelices. Todos los días tratamos de fingir que no percibimos ese momento, que ese momento no existe, que hoy es igual que ayer y será igual que mañana. Pero quien presta atención a su día, descubre un instante de silencio después del almuerzo, en las mil y una cosas que nos parecen iguales. Ese momento existe: un momento en el que toda la fuerza de las estrellas pasa a través de nosotros y nos permite hacer milagros.

La felicidad es a veces una bendición, pero por lo general es una conquista. El instante mágico del día nos ayuda a cambiar, nos hace ir en busca de nuestros sueños. Vamos a sufrir, vamos a tener momentos difíciles, vamos a afrontar muchas desilusiones…, pero todo es pasajero, y no deja marcas. Y en el futuro podemos mirar hacia atrás con orgullo y fe.

Pobre del que tiene miedo de correr riesgos. Porque ése quizá no se decepcione nunca, ni tenga desilusiones, ni sufra como los que persiguen un sueño...

Pobre de quien escucha estas palabras. Porque entonces creerá en milagros, pero los instantes mágicos de su vida ya habrán pasado.

A veces nos invade una sensación de tristeza que no logramos controlar. Percibirnos que el instante mágico de aquel día pasó, y que nada hicimos. Entonces la vida esconde su magia y su arte. Tenemos que escuchar al niño que fuimos un día, y que todavía existe dentro de nosotros. Ese niño entiende de momentos mágicos. Podemos reprimir su llanto, pero no podemos acallar su voz. Ese niño que fuimos un día continúa presente. Si no nacemos de nuevo, si no volvemos a mirar la vida con la inocencia y el entusiasmo de la infancia, no tiene sentido seguir viviendo. Prestemos atención a lo que nos dice el niño que tenemos guardado en el pecho. No nos avergoncemos por causa de él. No dejemos que sufra miedo, porque está solo y casi nunca se le escucha. Permitamos que tome un poco las riendas de nuestra existencia. Ese niño sabe que un día es diferente de otro. Hagamos que se vuelva a sentir amado. Hagamos que se sienta bien, aunque eso signifique obrar de una manera a la que no estamos acostumbrados, aunque parezca estupidez a los ojos de los demás. Si escuchamos al niño que tenemos en el alma, nuestros ojos volverán a brillar. Si no perdemos el contacto con ese niño, no perderemos el contacto con la vida.

Ciertas personas viven peleadas con alguien, peleadas con ellas mismas, peleadas con la vida. Así, empiezan a montar una especie de pieza teatral en su cabeza, y escriben el guión según sus frustraciones.

Y lo peor es que no pueden representar esa pieza de teatro solas. Entonces comienzan a convocar a otros actores. Hay otras personas que nos «convocan» cuando comienzan a comportarse como víctimas, quejándose de las injusticias de la vida, pidiendo que los demás estén de acuerdo, den consejos, participen..

. Cuando se entra en ese juego, siempre se sale perdiendo.


El Otro es aquel que me enseñaron a ser, pero que no soy yo. El Otro cree que la obligación del hombre es pasar la vida entera pensando en cómo reunir dinero para no morir de hambre al llegar a viejo. Tanto piensa, y tanto planifica, que sólo descubre que está vivo cuando sus días en la tierra están a punto de terminar. Pero entonces ya es demasiado tarde

Empiezo a imaginar cómo me gustaría estar viviendo aquel momento. Me gustaría sentirme alegre, curiosa, feliz. Viviendo intensamente cada instante, bebiendo con sed el agua de la vida. Confiando de nuevo en los sueños. Capaz de luchar por lo que quería.

Amando a un hombre que me ama .

Sí, ésa es la mujer que me gustaría ser, y que de repente aparecía y se transformaba en mi. Yo

miraba a la mujer que había sido hasta ese momento: débil, tratando de dar una impresión de fortaleza. Con miedo a todo, pero diciéndose a sí misma que no era miedo, sino la sabiduría de quien conoce. la realidad. Levantando paredes en las ventanas por donde entraba la alegría del sol, para que no dañase los muebles viejos.

Vi a la Otra sentada en el rincón del cuarto: frágil, cansada, desilusionada. Controlando y esclavizando aquello que debía estar siempre en libertad: los sentimientos. Tratando de juzgar el amor futuro por el sufrimiento pasado.

El amor es siempre nuevo. No importa que amemos una, dos, diez veces en la vida: siempre estamos ante una situación que no conocemos. El amor puede llevarnos al infierno o al paraíso, pero siempre nos lleva a algún sitio. Es necesario aceptarlo, pues es el alimento de nuestra existencia. Si nos negamos, moriremos de hambre viendo las ramas del árbol de la vida cargadas, sin coraje para estirar la mano y coger los frutos. Es necesario buscar el amor donde esté, aunque eso signifique horas, días, semanas de decepción y tristeza.

Porque en el momento en que salimos en busca del amor, el amor también sale a nuestro encuentro.

Y nos salva.

Existen derrotas. Pero nadie está a salvo de ellas. Por eso, es mejor perder algunos combates en la lucha por nuestros sueños que ser derrotado sin siquiera saber por qué s

Cuando descubrí eso, decidí ser lo que realmente siempre deseé. El Otro se quedó allí, en mi habitación, mirándome, pero no lo dejé entrar nunca más, aunque algunas veces intentó asustarme, alertándome de los riesgos de no pensar en el futuro.

Amar es como una droga. Al principio hay una sensación de euforia, de entrega total. Después, al día siguiente, quieres más. Todavía no te has enviciado, pero te ha gustado la sensación, y te parece que puedes mantenerla bajo control. Piensas en la persona amada durante dos minutos y la olvidas durante tres horas.

Pero al poco tiempo te acostumbras a esa persona, y pasas a depender totalmente de ella. Entonces piensas en ella durante tres horas y la olvidas durante dos minutos. Si no está cerca, experimentas las mismas sensaciones que los viciosos cuando no consiguen droga. En ese momento, así como los viciosos roban y se humillan para conseguir lo que necesitan, tú estás dispuesto a hacer cualquier cosa por el amor.

Sí mi mente estaba volando. Me gustaría estar allí con alguien que me dejase el corazón en paz, alguien con quien pudiese vivir aquel momento sin miedo de perderlo al día siguiente. Así el tiempo pasaría más despacio; podríamos quedarnos en silencio, ya que tendríamos el resto de la vida para conversar. Yo no tendría que estar preocupándome de temas serios, decisiones difíciles, palabras duras.

Yo soy lo que es cualquiera de nosotros, si escucha su corazón. Una persona que se deslumbra ante el misterio de la vida, que está abierta a los milagros, que siente alegría y entusiasmo par lo que hace. Sólo que el Otro, temiendo desilusionarse, no me dejaba actuar.